“Las ferminas”

 

“Las ferminas”

La belleza suele se escurridiza y más cuando la vida lleva prisa, pero en ese lugar donde se ha detenido el tiempo, suele ser eterna…

Don Fermin el que toma café, como agua de calcetín, llegó de Pamplona, España a la última capital del  subreinato y a la primera de la República federal de Centro America; emigró, con la intención de regresar, pero de esta tierra se vino a enamorar.

Se casó con todas las de la ley y engendró 12 rosas a las que bautizo de tal manera que honrarán a su rama de procedencia, por lo que sus nombres todos iniciaban con la letra S, en honor a su amada Sulema, que en el ultimo parto falleció.

Las doce crecieron, escuchando las historias de su padre, principalmente las de las fiestas de San Fermín que se celebraban, el mes de julio de cada año.

Las ferminas, como eran conocidas en  la antigua ciudad, era admiradas y codiciadas por los caballeros, que al ver sus escote, estaban dispuestos a pagar cualquier dote, con tal de desposarlas… Siempre andaban juntas, robando las miradas, por eso nadie se atrevía.

Al morir don Fermin, en un mes de Julio, quisieron honrarlo, por lo que en paños menores, salieron a las calles de piedra y corrieron el perímetro de la ciudad, mientras lo hacían otras se unían y poco a poco iban cayendo las últimas prendas, hasta dejar al descubierto, esos cuerpos que despertarían a cualquier muerto.

Ni las autoridades, ni el cura protesto, porque aquello fue un espectáculo digno de admirar, como se admira una obra de arte…

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